jueves, 7 de marzo de 2013

Perros ayudan emocionalmente a niños con cáncer en Ecuador

Todos los miércoles, incluso en Navidad y Año Nuevo, los perros Lancelot y Juci tienen la misión de animar y hacer sonreír a los niños internados en el único centro médico de Quito donde se atienden a menores con cáncer.

Se dirigen a los cuartos de los niños más desanimados, sobretodo de los que tienen pronósticos fatales.Todos los miércoles, incluso en Navidad y Año Nuevo, los perros Lancelot y Juci tienen la misión de animar y hacer sonreír a los niños internados en el único centro médico de Quito donde se atienden a menores con cáncer.

Se dirigen a los cuartos de los niños más desanimados, sobretodo de los que tienen pronósticos fatales.

"A veces ya no quieren comer, sus mamás no los visitaron, no quieren recibir la medicación, ya no quieren hablar con el doctor", relata a la AP Verónica Pardo, dueña de los perros, quien realiza el trabajo voluntario desde 2005.

Ella coloca una manta encima de la cama hospitalaria y sube a los perros, previamente desparasitados y bañados.

Entonces el pequeño milagro se produce.

"Los niños sonríen, hablan, se inyectan de vida", dice Verónica que usa un mandil rojo y una camiseta de cuadrados que tienen dibujados la cara de un perro dentro de cada uno de ellos.

Los perros se quedan echados y los niños los acarician, si el perro observa que le toman confianza se levanta y lame a los pequeños. Se construye una relación tan perdurable que solo la muerte destruye.

Así ocurrió con Dana, de siete años, quien le tomó cariño a Lancelot antes de fallecer a inicios de agosto.

"Cuando murió sus padres me dijeron: 'no tienes idea de cómo mi hija se divertía los miércoles'. Así que fui al entierro y le dejé una foto con los perros que fue colocada dentro de su cajón blanco a los pies de ella", dice Pardo.

La partida de Dana, tan reciente, provoca que Lancelot, un cocker americano de 15 meses, todavía se acuerde de ella.

Al inicio los canes solo ingresaban al jardín del hospital para jugar con los niños antes de la quimioterapia.



"A veces ya no quieren comer, sus mamás no los visitaron, no quieren recibir la medicación, ya no quieren hablar con el doctor", relata a la AP Verónica Pardo, dueña de los perros, quien realiza el trabajo voluntario desde 2005.

Ella coloca una manta encima de la cama hospitalaria y sube a los perros, previamente desparasitados y bañados.

Entonces el pequeño milagro se produce.

"Los niños sonríen, hablan, se inyectan de vida", dice Verónica que usa un mandil rojo y una camiseta de cuadrados que tienen dibujados la cara de un perro dentro de cada uno de ellos.

Los perros se quedan echados y los niños los acarician, si el perro observa que le toman confianza se levanta y lame a los pequeños. Se construye una relación tan perdurable que solo la muerte destruye.

Así ocurrió con Dana, de siete años, quien le tomó cariño a Lancelot antes de fallecer a inicios de agosto.

"Cuando murió sus padres me dijeron: 'no tienes idea de cómo mi hija se divertía los miércoles'. Así que fui al entierro y le dejé una foto con los perros que fue colocada dentro de su cajón blanco a los pies de ella", dice Pardo.

La partida de Dana, tan reciente, provoca que Lancelot, un cocker americano de 15 meses, todavía se acuerde de ella.

Al inicio los canes solo ingresaban al jardín del hospital para jugar con los niños antes de la quimioterapia.

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